LA CASA GARCÍA DE VIEDMA ,"LA CASA GRANDE.”

 Una selección de recuerdos de Juani Vico Muñoz.


            

Llegué a Armilla hace casi 40 años. Entonces eran casi todas las casas antiguas, como casa de labradores. Casas de planta baja con patios por detrás. Casi todas parecidas. Pero había una casa diferente. Una casa que desde el principio me llamó la atención. Una casa grande que le decían “la de los Vedias” y que estaba justo a espaldas de donde vivía, y donde vivo, en la plaza de la Aurora.

Por circunstancias de la vida tuve acceso a la “Casa Grande”( yo siempre la llamé así) que tanto respeto me causaba. La casera de los Sres. de Viedma , doña Lola, me propuso trabajar allí dos o tres días en semana así que al poco entré en ella por primera vez. Los señores, los dueños de todo aquello, me recibieron con mucho cariño, pero con los que trabajé siempre, uno seis o siete años, fue con la señora Lola y el señor Alejandro, un buen hombre de gran corazón.

¡¡ Qué nervios cuando atravesé por primera vez esa enorme puerta de madera de la entrada!!. Las losetas rojas del zaguán y un gran patio todo lleno de hiedra y macetas de pilistras me dieron la bienvenida. Era un patio precioso rodeado de columnas, empedrado en el centro y con un pozo. Era aquel un lugar aquel que siempre me trasmitió una dulce sensación de paz,. Una especial tranquilidad y sosiego. Más adelante me sentiría la mujer más feliz del mundo cuando en verano, ya atardecido, baldeaba los suelos, regaba aquellas plantas y ellas me rodeaban con un verde abrazo de vida y frescura.

Recuerdo la parte alta. La torreta y unos pasillos muy largos, dando a los patios, como una corrala. ¡Virgen santa!, …¡era grandísima la casa!.. "Ya la verás poco a poco” me dijo la Sra. Lola . En la planta baja, al fondo a la derecha y pasando un patinillo y tras un portón viejo se salía a los corralones con unas vacas que la Sra. Lola ordeñaba y cuya leche vendía, conejos, gallinas y unos lustrosos cerdos, con perdón.

Pero. de todo ello, lo que nunca podré olvidar es el preciosísimo pavo real que allí también vivía. ¡Madre mía. cuando vi al animal en todo su esplendor!. Nunca olvidaré el momento aquel en el que por primera vez el pavo, todo elegante, mágico y espléndido, desplegó su cola de casi dos metros de mil colores… Creo que aquello fue uno de los regalos más bonitos que me dio la vida.

Parece que estoy viendo las cestas de mimbre llenas de huevos recién cogidos, los roscos para Semana Santa, las morcillas y chorizos que, en tiempos de matanza , me regalaban.

Recuerdo, a lo largo de aquellos años, cuando ,después del trabajo, la de veces que tomamos café juntas la Sra. Lola y yo en aquella cocina bajo un techo de pimientos en ristras, cebollas, panochas y ajos, hablando de nuestras cosas. A veces pienso que el Paraíso será algo así: Un café caliente tomado despacito en buena compañía, una cocina acogedora al amparo de los productos de la tierra.

Hoy, cuando paso por delante de la casa de los García de Viedma, , la que ahora acoge una fantástica biblioteca y un museo y una sala de exposiciones y no sé cuantas cosas más …pienso que para mí seguirá siendo esa “Casa Grande”, el hogar que la Sra. Lola y el Sr. Alejandro me abrieron junto con su corazón. Gracias. Gracias también a los Sres. de Viedma. Gracias a todos ellos por haberme dejado compartir un poquito de su “Casa Grande”.

Gracias.






                 


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